sábado, 21 de mayo de 2011

Dormir en el hielo

Desconcertante noté como dos fuertes manos me agarraban de los brazos y me giraban.
Con la mirada baja y felina se aproximó lento, descargando su odio en mis brazos, consiguiendo que la pequeña intención que tenía de huir fuera nula.
Las gotas se escurrían por mis brazos, y la brisa de la noche me hacia estremecer, no podía mover ni un solo músculo y la marcha de sus labios hacia los míos me pareció infinita. Había tiempo para pensar, era lo bueno del lento acercamiento, que son cosas que no puedes negar, que son cosas que quieres, porque has tenido tiempo para pensar, y para evitar si no las deseas.
Pero por deseo, lo quería, lo necesitaba, estaba hechizado por su luna y su magia.
Relajé los parpados, que cayeron solos y me dediqué a sentir, a sentir sus cálidos labios chocando con los míos, a la presión de su boca en la mía.
Fue superficial, caliente y levemente húmedo, notaba su respiración y su piel, y el corazón no paraba de latir desenfrenado, dolía incluso.

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